A modo de presentación

1º de mayo de 2020, Día Internacional del Trabajo.
Arranca esta página. Un gesto con el que me uno a quienes luchan,
en todo el Planeta, por el derecho a un trabajo
decente y un salario digno.

 

Abro esta página en el contexto global de una pandemia que ha puesto en evidencia la fragilidad humana en todas sus dimensiones: biológica, científica, ética, social y económica.
Como si de un cuaderno de notas se tratara, intentaré reflejar mis convicciones, opiniones y reflexiones. Estará abierta o a quien le pueda interesar, particularmente a quienes miran, disciernen y actúan en la realidad desde la experiencia de Fe en el Dios de la vida y el seguimiento de Jesús.

El coraje de levantarse

El hilo conductor de todas las entradas estará en la relación dialéctica entre la fragilidad y la fortaleza (fuerza y debilidad). Estoy convencido de esta relación tiene un potencial revolucionario y humanizador.

Reivindico la fortaleza como capacidad del ser para convertir el sufrimiento inevitable en principio y motor de recursos y valores, que nos hacen a todos más humanos y más hermanos.

Fragilidad y espiritualidad

La fragilidad biológica, filosófica y espiritual nos introduce en lo más profundo de nuestra identidad humana: somos parte de la Naturaleza siempre contingente y provisional, abierta a la superación permanente. Y nos sitúa, en el hoy personal y social, ante la opción por conquistar una convivencia solidaria y pacífica con el dolor, la enfermedad y la muerte. Opción que nos permite transformar las debilidades en oportunidades o, por el contrario, nos conduce a sucumbir al primitivo principio del sálvese quien pueda, mientras pueda. Principio encarnado salvajemente en el liberalismo económico internacional que nos devora: a todos y al planeta que habitamos.

Reivindico la solidaridad con el otro como camino a recorrer -entre la finitud y la eternidad- hacia la plenitud del ser. Camino que se recorre sin ceder a mi propio dolor, compartiendo el dolor del otro como si propio fuera.

Expondré mis convicciones con las manos ocupadas en el mundo de la enfermedad y la discapacidad física, vividas cotidianamente en comunidad de hermanos (Frater), a pie de igualdad, sin distinción alguna, abrazado a decenas de personas con discapacidad de todos los ambientes, religiones e ideologías, en el mundo entero. Mirando juntos el horizonte abierto.

Espero hacerlo sin decretos ni dogmas, sin moralina ni exceso de ideología. Sin atajos ni amuletos sagrados, más propios de la antigüedad que del siglo XXI. Abierto al diálogo y a la confrontación desde el respeto al que piensa legítimamente lo contrario. Sembrador de sinergias y solidaridades, buscador de sentido y trascendencia.