Este Año de San José 2021, convocado por el Papa Francisco, nos brinda una excelente oportunidad de acercarnos a los verdaderos protagonistas de la historia: hombres y mujeres de todos los tiempos, personas poco o nada conocidas que, con su paso humilde por esta tierra, con su dolor, sus reivindicaciones y su espiritualidad, la van llevando hacía su verdadero progreso humano y espiritual.
Los evangelios narran la historia vivida y contada por protagonistas de “segunda fila”, ocultos en los relatos históricos “oficiales” que, por el contrario, narran las hazañas de los poderosos. Historias oficiales que sirven para justificar sus leyes exaltar sus conquistas y su gloria, al mismo tiempo que ocultan su ambición, sus privilegios y la opresión que ejercen sobre los pueblos.
El Año de San José nos permite volver a la singularidad de los evangelios. “La buena noticia del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación” (Patris corde, 5); y re-orientar nuestra mirada: primero para leer la historia desde los últimos, los pequeños y los descartados; y segundo para desear profundamente permanecer entre los de “abajo”.
El testimonio de José viene además a reafirmar la convicción de que en los más humildes reposa lo mejor y más bello de la humanidad. De las periferias, de los “minus-valorados”…, surgen valores y experiencias que nos hacen progresar a todos, plantean interrogantes y apuntan hacia nuevos horizontes… De estos testimonios están llenas las páginas de los evangelios: María, por ejemplo, estalla de gozo al comprobar, en su vida y en su entorno, que “el Señor enaltece a los humildes y derriba del trono a los poderosos”. También el corazón de Jesús se consuela dando gracias a Dios por haber ocultado, las cosas verdaderamente importantes, a los sabios y entendidos y haberlas revelado a la gente sencilla. Dios, en Jesús, asume plenamente la vida de los “descartados” de la historia oficial y comparte plenamente su causa.
Los «sueños» de un joven carpintero
José vivió un singular itinerario espiritual. Presento a continuación los pasos de su personal encuentro con Dios. Lo haré en clave de agradecimiento y conversión. Los cuatro “sueños” que narra el evangelio de Mateo nos permiten un acercamiento a la experiencia de vida y de fe de este joven padre que junto a su esposa María acompañaron la infancia de Jesús. (tengamos en cuenta que “los sueños”, son una serie de recursos imaginarios que utiliza la Biblia –y otras culturas antiguas-, para expresar el encuentro de personas y pueblos con Dios, para conocer y cumplir su voluntad).
El primer paso
“… un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
—José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya, pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo…
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” Mateo 1, 18-25
El joven esposo decepcionado y cumplidor de la Ley maquina como separarse de su esposa. Su amor es grande y sincero; su deseo de cumplir la ley también. Cree haber tomado la mejor decisión: repudiarla en secreto. Evitará así la sentencia de adulterio y la muerte de su esposa; de paso pondrá a salvo su prestigio y el honor de su familia. Hasta aquí su razonamiento humano, lógico y emocional, interesado. Pero Dios no está dispuesto a meter debajo del celemín la buena nueva de su Encarnación (Mateo 5, 15). José necesita tiempo, Dios no tiene prisa, sigue confiando en él. María marcha a la montaña y el joven carpintero queda solo, desconcertado y herido. Aprovecha la situación para indagar en su interior y discernir de nuevo, ahora serenamente (aquí se adelantó José a la famosa regla de san Ignacio en los Ejercicios Espirituales: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante… en la determinación en que se estaba”, 5ª r, 1ª Semana EE,). José, en la intimidad escucha la voz del Señor: ¡deja tu orgullo y, confía! Consigue olvidarse de sí mismo, reconocer su pequeñez y liberarse de la opresión de la Ley y las tradiciones. Desaparecen la ira, la decepción y los miedos. Vuelve a la determinación en que estaba: confiar y amar. “Obedece al ángel” y acoge a María; esta vez con la verdad por delante y con todas las consecuencias.
Orgullo y vanidad… generan, también en la Iglesia, testimonios, ambientes y estructuras alejadas de la voluntad de Dios ¡cuánta vana-gloria tendrá que dar paso a la humildad! Propongo otro intento de imaginaria representación de la narración de este primer sueño de José: ¿Qué hubiera ocurrido si el “ángel” en lugar de venir de parte del Padre de la Misericordia se hubiera presentado en Nazaret enviado por una de las Sagradas Congregaciones del Vaticano que elaboran decretos y normas, vigilan, castigan y expulsan a quienes “aman de manera irregular”? La respuesta es sencilla: acabar con el pecador y con quienes les acogen. Los ejemplos abundan lamentablemente cuando se trata de acoger en la Iglesia a los divorciados, homosexuales, teólogos disidentes, sacerdotes secularizados o díscolos. La lista sería interminable y lamentable: con estos recursos, aún pretendiendo hacer la voluntad de Dios, lo que conseguimos realmente es dar la espalda al joven -hijo de José y de María- que vino no a juzgar al mundo sino a salvarlo (Juan 3, 16-18). ¿Cuantas seguridades hemos de abandonar para presentarnos ante el mundo como humildes servidores?
Un paso adelante
“Cuando se marcharon (los magos), un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: —Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Mateo 2, 13-15
Superado el primer obstáculo, José acepta a María y se convierte en verdadero y auténtico padre del niño. “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente” (Patris corde, 7). Ahora tiene que dar un paso adelante: todo su ser y sus proyectos han de ponerse al servicio de su hijo. Pronto descubrirá la “fragilidad” con la que ha de crecer este niño. Ha llegado como como uno de tantos (Filipenses 2, 6-11), sin privilegio alguno… con una grandísima pretensión: manifestarse a todos como Salvador del mundo, Hijo de Dios, primogénito de la humanidad. Las consecuencias serán muy importantes. Este segundo “sueño” será la prueba de ello: inicia su andadura huyendo y refugiándose en un país extranjero. No hay tierra sagrada, ni pueblo elegido donde instalarse… Su pueblo tiene experiencia de ello y también de la voluntad de Dios: “al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto… (Éxodo 22, 21). Experimentados en la inmigración, víctimas de la amenaza y la violencia de los poderosos, María, José y el Niño empiezan la hermosa aventura del amor sin límites. No importa la tierra (el país, el continente) importan la integridad física y la dignidad de sus gentes.
El Papa se ha referido a este episodio en numerosas ocasiones: en los pasos de José y María vemos las huellas de familias enteras, de millones de personas que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra…para sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente (24/12/2017).
Un paso más
“El ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: —Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a Israel, pues han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Se levantó, tomó al niño y a su madre y se volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao había sucedido a Herodes como rey de Judea, temió dirigirse allí…” (Mateo 2, 19-21)
De nuevo hay que desinstalarse, volver a caminar. Hay que regresar a Israel, al pueblo de la Alianza, de Promesa y la liberación. José se propone volver, con el niño y su madre, a su hogar (que según el relato de Mateo está en Belén), pero de nuevo tendrá que cambiar sus planes. La fama de sanguinario del nuevo rey Arquelao, hijo de Herodes, le hace desistir. Vuelve el discernimiento hay que buscar otro destino, lo importante es salvar la vida del niño, permitir que crezca, dejarle revelar su identidad más profunda y realizar su misión.
El relevo
“Y avisado en sueños, se retiró a la provincia de Galilea [23] y se estableció en una población llamada Nazaret, para que se cumpliera lo anunciado por los profetas: será llamado Nazareno”. (Mateo 2, 23-24)
José escucha de nuevo la voz de Dios ¡hay que volver! Pero no a la Ley, ni al Templo, ni a las viejas tradiciones. José tendrá que instalarse en Galilea tierra de gentiles, menospreciados, incultos… y compartir frontera con los pueblos paganos. José tendrá que dar un paso más, ahora para retroceder. El niño, “crecía en estatura, sabiduría y aprecio ante Dios y ante su pueblo” (Lucas 2, 52). Por su parte, José, dócil a la voluntad de Dios, tendrá ahora que desinstalarse por dentro: pasar de ser el patriarca/protector a convertirse en discípulo apasionado del que, siendo su hijo es también, el Hijo de Dios que ha venido a ocuparse de los asuntos de su verdadero Padre (Mateo 23, 9).
Llevar a la vida los “sueños del carpintero” puede ayudarnos a: desandar el camino al que nos ha conducido una errónea interpretación de la voluntad y la gloria de Dios. Puede iluminar nuestros pasos para construir la fraternidad, (eclesial y universal), no desde la obediencia ciega a los sabios, entendidos y poderosos de todas la épocas y de todas las curias (conjunto de congregaciones y tribunales que existen en la corte de cualquier pontífice, romano o diocesano para el gobierno de la Iglesia). Conservar tradiciones, multiplicar decretos, juzgar y condenar a los que se instalan libremente “fuera de la institución”, de sus credos y costumbres, ha sido hasta hoy el “pan nuestro de cada día”. Sin duda, el esposo de María y padre de Jesús puede ayudarnos a abandonar criterios y actitudes del mundo que nos alejan de la opción y el proyecto de vida –personal y comunitaria- revelado en el Evangelio. Es hora de hablar y enseñar con la autoridad de Jesús, es decir con honestidad y coherencia; y no como los letrados y fariseos que llevaron hasta la Cruz al hijo del carpintero.
jose maria marin
sacerdote y teólogo
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