Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Esta estrofa forma parte del hermoso Cantico de de las criaturas (conocido también como Cántico del hermano sol) compuesto por Francisco de Asís, poco antes de su muerte, fue agregada por él mismo a las ya existentes. Un añadido que incorpora alabanzas y peticiones menos cósmicas (luz, agua, viento), más existenciales (amor, perdón, enfermedad, tribulación y muerte):
Me parece interesante dedicar unos folios a reflexionar sobre la enfermedad de san Francisco y la relación con su espiritualidad. Hacerlo este año, que se conmemora el V Aniversario de la Laudato si, es también una buena ocasión para contribuir a la difusión de la Encíclica del Papa y retomar sus desafíos.
El legado espiritual de san Francisco, en este momento de crisis sanitaria mundial, puede ayudarnos a valorar que, la enfermedad, con su carga de sufrimiento y dolor, es también terreno propicio para generar valores y recursos que nos hagan más humanos y más auténticos. La relación armoniosa y realista con la propia fragilidad abre la puerta a una convivencia más racional con los demás y con la naturaleza (casa común), también frágil y limitada.
La enfermedad nos envuelve en una atmosfera que puede dar lugar a una nueva forma de vivir: más centrados en lo esencial, en los afectos y las emociones (amor), dispuestos a ejercer la compasión y la solidaridad. Solo quienes conviven diariamente con ella, en su propio cuerpo, a diario y para siempre, conocen bien sus límites y sus limitaciones, solo ellos saben también que, sin ella o con ella se puede vivir con dignidad y plenamente.
Cuando el santo de Asís alaba a Dios por la enfermedad (“sorella infirmitas”), no lo hacía desde la ingenuidad de un soñador idealista, ni desde la mentalidad dolorista de la época donde la enfermedad era en sí misma un instrumento de expiación o de santidad. Su “alabanza” surge desde la propia experiencia de enfermedad y desde la proximidad física con otras muchas personas afectadas gravemente, como él mismo. Su alabanza es también lucha diaria para dignificar la existencia de los muchos enfermos a los que se acercaba, implicándose hasta dejar la propia vida en ello.
El descubrimiento de Dios en el misterio y la belleza de la creación le llevó a alcanzar la libertad más profunda. El joven rico y altanero que era, se despoja de sus privilegios, se “desciende” hasta el extremo de convertirse en el “pobrecillo de Asís”. Conversión e itinerario personal que vivió Francisco de Asís habitando un cuerpo frágil y enfermo. La hermana enfermedad le llevó de la mano en su evolución interior, hasta convertirse en el hombre y el creyente que fue. Es este un dato de su biografía de gran importancia: en la existencia vulnerable e incierta se gesta y tiene lugar su extraordinaria experiencia espiritual.
Su testimonio personal y creyente sobrecogió a sus contemporáneos en la edad media y, doce siglos después, sigue asombrando al mundo entero, dentro y fuera de la comunidad cristiana. Testimonio luminoso de un proyecto personal extraordinario al que nosotros podemos dirigir la mirada. Francisco de Asís, es hoy una referencia espiritual con capacidad de generar (interceder) una espiritualidad evangélica y universal digna de ser imitada, y deseada para la Iglesia de todos los tiempos.
La enfermedad de Francisco
La fragilidad corporal le acompañó a lo largo de su vida de manera muy importante y limitadora en extremo.
“Estaban los médicos llenos de estupor y admirábanse los religiosos de que un espíritu pudiese vivir en un cuerpo reducido a tal extremo, cuando solo constaba de piel adherida a los huesos” (Celano).
La convivencia pacífica y pacificadora con la enfermedad, junto a su sabiduría y serenidad, le llevaron a convertirla en oportunidad y fuerza transformadora.
Una rápida ojeada a las fuentes históricas nos dará idea de cuál fue esa experiencia existencial en la que el joven Francisco gestó y vivió su profunda unión con Dios. Recojo solo unas notas para comprender la dimensión de su falta de salud corporal.
- Francisco, participa en la guerra contra Perusa. En el transcurso del enfrentamiento conocerá el amargo sabor de la derrota y también la experiencia de la fragilidad corporal: “El ejército de Asís fue aplastado. Quienes no perecieron en la refriega fueron hechos prisioneros. Francisco estaba entre éstos. Un año pasó en los calabozos de Perusa”. Más tarde, superada una grave enfermedad regresó de nuevo a su tierra natal Asís. No obstante las consecuencias dejarán huella para todos sus días: “Desde joven fue de constitución delicada y frágil”, “en el mundo no podía vivir sino rodeado de cuidados” (Leyenda de Perusa, 50). La misma Leyenda o Compendio de Perusia lo presenta como “enfermo de siempre… hasta su muerte cada vez más enfermo” (LP).
- El mismo se define como “infirmitius” (enfermizo, enclenque, achacoso). Así lo vemos en un sobrecogedor diálogo que mantiene, antes de morir, con uno de sus compañeros, cuyo nombre desconocemos (LP). Lo mismo podemos descubrir, escueta y directamente en su Testamento: “Y aunque yo sea simple y enfermo…”
Es de agradecer su honestidad. Acostumbrados a ocultar la enfermedad y disimular las limitaciones nos sorprende su determinación para aceptarla y la libertad de comunicarla con naturalidad, sin complejos ni lamentaciones.
El Cántico de las criaturas considera la creación entera, y a cada una de sus criaturas, como espacio sagrado para el encuentro fraterno: los elementos (agua, tierra, fuego y aire), los vegetales, el mudo animal, las personas y sus relaciones… todo nos habla del creador y todo nos invita a descubrir la necesaria y sublime comunión cósmica y universal. No solo los gozos, también los dolores, no solo los aciertos, también los errores, no solo la salud, también la enfermedad.
Ocho siglos nos separan de él, pero hay alguien y algo que nos permiten hoy caminar a su lado a pesar de las distancias y de las diferencias: Dios y la fragilidad corporal. Dos misterios, tan distintos y tan distantes… y, al mismo tiempo, ¡tan cerca!
Enfermedad y espiritualidad
En el año 1204 se produce el encuentro: larga enfermedad y comienzo de su gradual conversión:
- “Hubo en la ciudad de Asís, situada en los confines del valle de Espoleto, un hombre llamado Francisco, que, criado en orgullo mundano por sus padres desde los primeros años, imitó largo tiempo su descuidada vida y costumbres y los superó en vanidad y arrogancia” (Celano, Vida de San Francisco de Asís). Efectivamente, respecto a la personalidad del joven Francisco, hay consenso en considerar que fue inteligente y sensible, diestro en los negocios, le gustaba la vida libre, generosa, alegre y ser el protagonista… el ideal de la caballería…
- Experimenta en su juventud una gran conmoción ocasionada por la aparición de la enfermedad: “Dios puso su mano sobre Francisco, quién sintió en sí mismo la virtud de la diestra del Excelso, viendo afligido su cuerpo con los dolores de aguda y prolongada enfermedad, con lo cual su alma se halló más bien dispuesta para percibir abundantemente la unción del Espíritu del Señor” (San Buenaventura).
Lentamente en sufrimiento y tinieblas, irá avanzando. En su interior se va gestando un cambio profundo y radical que le llevará a través de acontecimientos diversos, al encuentro definitivo con Dios. Esto provocará un giro total en su vida. Con el alma derrotada y herida, enfermo en su cuerpo, Francisco se introduce en el itinerario espiritual que finalmente configurará toda su existencia. Su vida estará desde ahora sostenida por largas horas de oración, a menudo en soledad, y dedicada a la asistencia a los pobres, en particular a los leprosos.
¡No puedo! ¡No se puede vivir así!
Es esta una expresión muchas veces vinculada a la enfermedad. Se escucha con machacona insistencia, o se intuye en la actitud de quiénes se ven atrapados por una afección grave o por una discapacidad física importante. Abunda también en quiénes por proximidad –familiares, cuidadores, compañeros– se sienten fatalmente obligados a compartirla. Una expresión que nos convierte en hombres y mujeres caídos, abatidos, derrotados, sin esperanza.
Esta densa opacidad, convierte la enfermedad en una de esas situaciones que generan burn out en nuestra sociedad. Hay tantos enfermos, tantos dependientes y tantos cuidadores quemados que, finalmente hemos convertido la enfermedad en el enemigo público numero uno. Huimos de ella, alejamos de nuestro hábitat hospitales y geriátricos… y finalmente, en ese desesperado intento de evadir la evidencia acabamos convencidos de que, sin salud mejor es desaparecer… y morir.
Es esta una senda donde la vida y la muerte se ponen de acuerdo para darse la espalda, como si pudieran existir ignorándose mutuamente. Sin embargo, ambas están llamadas a entenderse. La enfermedad es un espacio obligado donde la vida y la muerte se dan la cara. Donde una (la vida/salud) y otra (enfermedad/muerte) se ven mutuamente afectadas: la una para reconocerse tangible y la otra para ceder en lo absoluto de su sentido destructor.
¡Sí puedo!
Candidato a la desesperación y a la exclusión, Francisco, quitó la última palabra a la limitación humana para concederla al horizonte del amor infinito de Dios, demostrando en ello su convicción más profunda: nada, ni nadie, puede frustrar nuestra vida.
No es por casualidad que nuestra existencial fragilidad corporal sea lugar privilegiado del encuentro con Dios. Un encuentro donde lo frágil, lo débil, el dolor y el sufrimiento pueden ser, y lo son en numerosas ocasiones, una puerta abierta donde vislumbrar otras luces y respirar otros aires. Espacio obligado, discreto y revolucionario. Lugar de transformación. Frontera donde pasan revista todos los valores, todos los proyectos, todas las actitudes. Fecunda tierra de conversión donde, uno tras otro caen todos los absolutos humanos.
Por paradójico que pudiera parecer quizá sea la enfermedad uno de esos estadios donde se forja con mayor amplitud la libertad: todos los ídolos -falsos absolutos- conducen a la esclavitud. Extraña pedagogía donde el sentido último de la existencia se manifiesta insuficiente, empujándonos a sobrevolar esta tierra dirigiendo nuestra mirada hacia la verdadera libertad.
Levántate, anda, puedes… son líneas maestras en el lenguaje evangélico. Querer es poder. Tener fe es poder, confiar en uno mismo, más allá de cualquier limitación, es poder.
Conclusión
Unidas enfermedad y conversión condujeron a san Francisco a introducirse en la dinámica de una peregrinación interior, y exterior, en busca de Dios; peregrinación que le llevó a vivir el encuentro con su Creador y Señor sirviendo a sus hermanos los pobres y a los enfermos, dejando se ser enfermos para convertirse en enfermeros.
La enfermedad de Francisco y su espiritualidad, más allá de las diversas circunstancias históricas y culturales, se unen para dar luz a quienes necesitan y quieren bucear el sentido de la felicidad y del dolor, de la fuerza y de la debilidad y, en definitiva, de la vida y de la muerte.
Sé bien que el acento que propongo, vinculando enfermedad y conversión, no es más que un brevísimo exponente del su legado espiritual; pero me resisto a renunciar a él. Sólo quien no tiene verdadera sed se atrevería a rechazar unas gotas de agua por ser pocas.
A Dios le pido que este testimonio de ayer ilumine nuestra historia, especialmente la de aquellos que, conviviendo con la fragilidad corporal, viven hoy, buscando en Dios su verdadera fortaleza.
jose maria marin sacerdote y teólogo
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