Vaya por delante que soy un entusiasta del Papa Francisco y de su valentía. Sus reformas y la novedad de sus enseñanzas, no solo me parecen necesarias, sino que me esfuerzo en asumir, difundir y apoyar, muy especialmente en todo lo que concierne a la sinodalidad de la Iglesia.
No obstante, este entusiasmo y admiración por él y por su enseñanza, no me impide distanciarme racional y razonadamente, con respeto y humildad, de algunas de sus manifestaciones.
En esta ocasión volveré a su “no” al sacerdocio de la mujer. Lo puso de manifiesto en noviembre del año pasado en una entrevista (publicada en América Magazine), con argumentos alejados de grandes teólogos; y lo ha vuelto a reiterar, ahora, con los mismos argumentos y casi con las mismas palabras, en el documental, producido por el reconocido periodista Jordi Évole: Amén. Francisco responde. Valiente y admirable el atrevimiento del Papa, al sentarse sin papeles y sin mitra, para escuchar y responder a las preguntas de un puñado de jóvenes de lo más diverso y alejado de la Iglesia.
Y aunque es cierto que en general este encuentro ha servido para mejorar el conocimiento y el afecto de estos jóvenes (y muchos otros que lo verán y comentarán en las redes sociales), a la vieja institución que sienten lejana y poco interesada en respetarles, acogerles y acompañarles en la diversidad de su vida personal (no siempre fácil ni respetada por la sociedad); no es menos cierto que en la cuestión que nos ocupa Francisco no tuvo su mejor versión: se puso tenso, habló de dogmas y utilizó los argumentos que no son ni mucho menos verdad absoluta, ni universal, son hoy incomprensibles y contradictorios. Con cierta ironía podríamos resumirlo así: María (Madre de Dios) es más que Pedro (apóstol de Jesús), la Iglesia es mujer (esposa de Cristo) pero el ordenado sacerdote, que ordena y manda es (y será siempre) el varón. Todo huele tan poco a Nazaret y tanto a Roma, tampoco a vino nuevo y tanto al avinagrado patriarcado, tan poco a fraternidad con las mujeres y tanto al envenenado clericalismo… que por mucho que se repita ahora… antes o después el espíritu de Jesús le llevará a caer en tierra, hasta desaparecer, para engendrar una vida nueva, que sin duda dará mucho fruto.
No es este un tema que nadie haya puesto de “moda”, ni es tampoco tangencial, estamos ante una de las dimensiones esenciales del ser y la misión de la Iglesia, caminar juntos en pie de igualdad para “hacer discípulos”, es decir: testimoniar, enamorar, entusiasmar… por el reinado de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Estamos también ante una cuestión de vital importancia: los recursos espirituales y humanos que necesita la comunidad eclesial para la evangelización, hoy y en el futuro. La mayoría de la Iglesia son mujeres (quizá en un tiempo no muy lejano tendremos que “suplicar” a algunas de nuestras hermanas que acepten ser sacerdotes). Unas palabras del Papa Benedicto XVI parecían apuntar a esto mismo: “Creo que las mismas mujeres con su impulso y su fuerza, su superioridad y con su potencial espiritual sabrán crear su espacio. Nosotros debemos procurar ponernos a la escucha de Dios, para no ser nosotros (los clérigos) quienes se lo impidamos (Benedicto XVI en una entrevista en 2005). El paréntesis es mío. Por otro lado, de todos es conocido que la opinión de los teólogos es unánime: cuando se trata de buscar impedimentos doctrinales para la ordenación de mujeres, no existen. Tenemos, además, el espejo de otras Iglesias cristianas no católicas en las que el ministerio femenino no solo no supone impedimento alguno, sino que es por el contrario, riqueza en la diversidad y mayor posibilidad, experiencia y referencia. Por su parte, los evangelios, liberados de la visión patriarcal tampoco presentan excesivas dificultades. Esto es tan contundente que no debería ser necesario seguir recordándolo.
Voviendo a Francisco. En la mencionada entrevista de noviembre del 22 Francico afirmaba en general: “Cuando hay polarización entra una mentalidad divisoria, que privilegia unos y deja de lado a otros. Lo católico siempre es armónico de las diferencias (…) El Espíritu Santo en la Iglesia no reduce todo a un solo valor, sino que hace armonía de las diferencias de los opuestos. Y ése es el espíritu católico. Cuanta más armonía, con las diferencias y con los opuestos se hace más católico”. Estoy convencido de que Francisco es sincero y piensa realmente así. Es difícil entender como en el acceso de las mujeres al sacerdocio actúa de espaldas a esta convicción que manifiesta constantemente en sus encuentros y sus enseñanzas. Sabemos que no lo tiene fácil, que pronunciarse y establecer cauces directos para avanzar hacia la ordenación de mujeres podría ocasionar una división profunda en la Iglesia. Quizá sea esta su primera preocupación y su mayor temor. Lo respetamos, esperaremos, sin renunciar al desafío de “abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así y ser audaces y creativos” (E.G. 33).
Estoy convencido de que a este Papa no le mueve la voluntad de mantener el “no” contra viento y marea, sin escuchar las voces que demandan una reflexión más profunda para alcanzar el “si”. Es más probable que como buen jesuita esté aplicando aquella expresión tan ignaciana: en tiempos de desolación no hacer mudanza, y no porque no quiera cambiar sino para acertar al hacerlo. Quizá tenga razón y es necesario un tiempo de mayor calma y paz en la comunidad eclesial, hoy tan polarizada como la sociedad, o más. En este tiempo de “confrontación” quizá Francisco solo trata de evitar mayor crispación, aunque efectivamente sueñe “con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (E.G. 27), porque todo puede ir a mejor.
Reitero mi “amén” y mi “pero no en todo”. Mi Amén a Francisco en todo lo que en él “huele a evangelio”, que es mucho y sorprendente. Me permito este “pero”, entre otras cosas porque desde abajo y sin poder, mi opinión es solo una gota en el océano de la fe y de la vida, en el que me gusta sumergirme, cada día, agradecido y en libertad.
En este y en otros temas siempre será apasionante volver a Galilea con docilidad al Espíritu que sostiene la fidelidad a la presencia viva y permanente del Resucitado en nuestras vidas y en la Iglesia. Los relatos de las “apariciones” presentan a las mujeres como las “elegidas” de Jesús para ir “por delante” a comunicar a los discípulos que vayan a Galilea. Las primeras en “ver” al Resucitado fueron ellas, y lo hicieron, si seguimos a Mateo sin sorpresa, sin miedo ni duda (Mateo 28, 9-12): se acercan, le abrazan por los pies, en clara actitud de discípulas que le adoran. Ellos, los discípulos, “obedeciendo” a las mujeres acudirán a la “montaña” donde les ha citado el Señor (Mt. 18, 16). Estos relatos son metafóricos, textos de fe y revelación, y están abiertos a una adecuada actualización. No parece muy serio dejarlas a ellas fuera de la convocatoria. Menos si tenemos en cuenta que la reunión se va a producir fuera de Jerusalén, lejos del Templo y de sus dirigentes, apartados, pues, del patriarcado y sus rígidos códigos discriminatorios.
Mucho le costó a Pedro entender profundamente el amor liberador y universal, de este hombre (encarnación de Dios mismo) que no hace distinciones, pero sí tiene sus prioridades con las/os excluidas/os y humilladas/os de la historia. También nosotros andamos bastante lentos en entender, celebrar y vivir esta dimensión profunda y esencial del Evangelio de Jesús. Aquí tenemos una nueva oportunidad para afrontar los signos de los tiempos sin temores, con audacia y creatividad: “muchas últimas serán primeras y muchos primeros los últimos”.
jose maria marin sevilla
sacerdote y teólogo
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